MENSAJE DEL MINISTRO GENERAL A LA FAMILIA TRINITARIA CON MOTIVO DE LA
SOLEMNIDAD DE SAN JUAN DE MATA Y LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR
Lit. Circ. 9/2022
B.S.SS.T
Queridos hermanos y hermanas:
Os envío mi más cordial y fraterno saludo a todos los miembros de la Familia Trinitaria.
Este año nos estamos preparando para celebrar las solemnidades de nuestro Fundador y de la Santa Navidad en un clima caracterizado por la incertidumbre y la preocupación. Tras estos últimos tiempos, marcados por una pandemia que aún no se ha superado definitivamente, nos enfrentamos ahora a una nueva emergencia mundial: la guerra de Ucrania; una contienda bélica que aboca a toda la humanidad a considerables riesgos.
El pasado mes de octubre, durante mi visita pastoral a Polonia, conocí a los refugiados de Ucrania acogidos en nuestra comunidad de Cracovia; por lo que tuve la oportunidad de escuchar sus lacerantes historias. Imposible no entrever en sus apesadumbradas miradas el pavor de la guerra. Son mujeres con sus hijos, niños y adolescentes, que han padecido experiencias ciertamente traumáticas. Una de aquellas madres me contó que su hijo dejó de hablar tras huir de la guerra, y permaneció mudo durante quince días. Otra mujer refirió que ella y sus hijos aún padecen ataques de pánico cada vez que escuchan cualquier avión. Aquella guerra, totalmente inesperada, perturbó sus pacíficas vidas, que hasta entonces discurrían entre sus hogares y sus lugares de trabajo. Hasta aquel entonces era para ellos algo auténticamente inimaginable que, en pleno siglo XXI, pudiese estallar la guerra en sus propias casas.
Esa pobre gente vive ahora con la incertidumbre y el temor por la suerte de sus maridos y de sus hijos mayores, que se quedaron en su tierra librando tan absurda guerra. La acogida que han encontrado en nuestra casa está siendo para esas familias una auténtica medicina espiritual, un alivio de su sufrimiento, una caricia de esperanza y un germen de nueva vida.
Gracias a la extraordinaria sensibilidad y solidaridad mostrada por toda la Familia Trinitaria, continuamos apoyando la admirable labor de acogida de refugiados que llevan a cabo nuestros religiosos polacos; lo cual, sea también dicho, supuso para ellos un plus de generosidad y de dedicación. La ayuda enviada por la Familia Trinitaria a Polonia se comparte también con otras instituciones religiosas y con Cáritas de Cracovia. Así mismo, a través de una familia ucraniana que vive en Polonia desde hace años, hemos logrado enviar productos de primera necesidad a algunas localidades ucranianas fronterizas con la Federación Rusa. Nuestra contribución fue la única ayuda recibida por esas gentes desde el inicio de las hostilidades.
Tampoco podemos olvidar los demás conflictos que conforman lo que el Papa Francisco ha llamado ‘la tercera guerra mundial librada por partes’. La humanidad padece actualmente más de cincuenta contiendas bélicas a lo largo de todo el orbe. La mayoría de estas hostilidades se desconocen o, en el mejor de los casos, se perciben como lejanas y, por consiguiente, nos resultan invisibles o inexistentes. Siempre son los pobres y los más débiles los que han de pagar en ellas el más alto precio. La guerra y la pobreza se retroalimentan recíprocamente. Las dramáticas consecuencias de la guerra se extienden, como un tsunami, por todo el mundo, haciéndolo cada vez más quebradizo. Debemos responder a la epidemia contagiosa de la violencia y la guerra con un compromiso paciente y cotidiano en la construcción de la paz.
El mundo está necesitado de ‘artesanos’ que sean capaces de custodiar y promover la paz. La paz no es tanto una palabra que se haya de gritar a los cuatro vientos, sino, sobre todo, un talante que hemos que cultivar en nuestro entorno con esmero, mediante gestos cotidianos de escucha y de reconciliación. Todos nosotros estamos llamados a ser artífices de paz en nuestras familias y comunidades, promoviendo el diálogo sincero y acogiendo al otro a pesar de las diferencias. Que nuestros corazones y nuestras relaciones fraternas sean un auténtico fermento de paz y esperanza para los que sufren. La paz es la esencia de nuestro carisma y del estilo de nuestra misión. La paz se construye empezando por los últimos. Donde impere el sufrimiento, que no falte nuestra solidaridad; donde se conculquen los derechos humanos, que no falte nuestro compromiso en su salvaguarda; donde prolifere la soledad y el abandono, que no falte nuestra implicación para solventarlos.
Como decía el Venerable Giorgio La Pira, que en su día fue alcalde de Florencia: «Si hay alguien que sufre, tengo un deber preciso: implicarme de todas las maneras posibles y con todos los recursos que el amor sugiere y que la ley prevé, para que ese sufrimiento sea atemperado o erradicado». Cada gesto de caridad es una tésera que compone y configura el gran mosaico de la paz. Encomendemos a la Santísima Trinidad toda voluntad o gesto de paz.
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Dentro de unos meses la Familia Trinitaria celebrará la VII Asamblea Intertrinitaria. La experiencia nos ha evidenciado todo el bien que las Asambleas Intertrinitarias han conferido a nuestra familia religiosa, al permitirnos madurar nuestra identidad carismática con más conocimiento de causa y al preservarnos de toda tentación de cerrazón y de autorreferencia, al mismo tiempo que nos han alentado a obrar en nosotros la radical renovación promovida por el Concilio Vaticano II.
Cada asamblea y reunión de familia es un gran don de Dios que conlleva el crecimiento en comunión con los demás y en fidelidad al carisma; y es también una oportunidad única para expresar la dimensión sinodal, tan íntimamente arraigada en el carisma redentor-misericordioso de San Juan de Mata.
La próxima asamblea, que se celebrará en España, está organizada de una manera nueva y creativa, en tanto que ha sido concebida como una peregrinación tras las huellas de las primeras redenciones de los religiosos trinitarios. El lema que resume esta asamblea es: «La huella de los redentores: vocación e identidad». Cada una de las palabras que componen este eslogan tiene un profundo significado.
Me detengo en la primera: «huella», es decir, la señal que cada uno deja en virtud de su presencia y su acción. La huella no es una marca efímera, que se borra fácilmente, sino una impronta duradera e indeleble. La huella evidencia la singularidad e identidad de quien la genera. Cuanto más clara es nuestra identidad, más fuerte será la huella que dejemos en la vida de los demás. La huella también remite a nuestra misión, en particular al vigor de nuestro testimonio evangélico. Estamos llamados a dejar una huella de Evangelio —como también de humanidad— en las personas con las que nos topamos a lo largo de nuestra existencia.
También es especialmente significativa la modalidad elegida para esta Asamblea Intertrinitaria: la peregrinación, que, en este caso, se realizará desde España hasta Marruecos y será dividida en varias etapas y jalonada por momentos de formación, encuentro y testimonio. La peregrinación es un símbolo elocuente de nuestra condición humana, como también de nuestra fe en Dios. El alejamiento de la rutina diaria, el riesgo y el esfuerzo del viaje, el compartir y la oración son algunos de los elementos que hacen única esta experiencia. La peregrinación es, ante todo, una experiencia de una comunión que pone de manifiesto la necesidad del otro. En la peregrinación se desvanece la autosuficiencia, y se impone la obviedad de que los demás son imprescindibles, puesto que se redescubre ese profundo vínculo que nos une y que nos evidencia que no podemos vivir sin los demás o, todavía peor, contra ellos. La peregrinación es también un símbolo patente del misterio de la Iglesia: somos un pueblo en camino, unidos por un mismo origen y una misma meta. La peregrinación es también un símbolo preclaro de nuestro carisma. De hecho, los trinitarios fuimos definidos en la Regla primitiva como frailes itinerantes, peregrinos de la paz y de la caridad, que transitan por los caminos del mundo y de la vida. Recorrer el itinerario de las primeras redenciones evidencia también la necesidad de fidelidad al carisma de los orígenes y, al mismo tiempo, de redescubrir su «flagrante actualidad»; la cual, por cierto, me ha sido reafirmada insistentemente por los obispos de las Iglesias locales donde se hallan nuestras comunidades y con los que me encuentro en mis visitas pastorales. La fidelidad es el criterio y el alma de la auténtica renovación. Sin fidelidad no hay verdadera renovación; del mismo modo que, sin la apertura a la novedad, no hay verdadera fidelidad. Esta exigencia de fidelidad afecta a todos los ámbitos de nuestra vida: la fidelidad en la formación, tanto inicial como permanente, que significa el cultivo de la especificidad y originalidad del carisma trinitario; la fidelidad en la vida espiritual, que nos lleva a recabar de la fuente del encuentro personal y comunitario con Dios-Trinidad la gracia que tanto necesitamos. Todo ello porque la fidelidad, antes de ser un esfuerzo humano, es un don de Dios.
La fidelidad en la misión también nos lleva a conferir a nuestros apostolados nuestra identidad carismática, que antepone el amor a los pobres y a los que sufren, se implica en favor de los oprimidos y se compromete en el apoyo a los cristianos perseguidos.
La celebración de la próxima Asamblea Intertrinitaria requiere una intensa preparación. Os invito, ya desde ahora, a orar para que este acontecimiento fructifique en nuestras comunidades religiosas y en nuestras fraternidades laicales.
Ya desde ahora, quiero dar las gracias a la comisión organizadora, encabezada por el Presidente de la Secretaría General de la Familia. También quiero agradecer a la Provincia del Espíritu Santo su valioso apoyo para que esta Asamblea tenga éxito. Reitero mi invitación a la participación de los jóvenes religiosos y laicos. Estoy seguro de que esta asamblea nos conferirá un fuerte impulso para continuar nuestro camino y vivir nuestra misión con mayor generosidad.
(www.asambleaintertrinitaria.com)
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Dentro de unos días celebraremos solemnemente en nuestras Iglesias y en el calor de nuestras comunidades o familias el gran misterio de la Encarnación del Verbo. En los relatos de los Evangelios emerge con claridad el drama de la historia humana en cada época. La raíz de toda guerra es el rechazo a Dios. Cuanto más se aleja la sociedad de Dios, ésta se vuelve más inhumana y, con ello, se hace más capaz de cometer abominables crímenes.
Cuántos pobres, enfermos, encarcelados y perseguidos se sentirán solos el día de Navidad. Son precisamente ellos los que nos aleccionan con el auténtico significado de la Santa Navidad y nos evidencian la fuerza disruptiva del anuncio evangélico: «el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14). Los más pequeños son quienes mejor nos esclarecen la paradoja de un Dios que, para manifestar la grandeza de su amor, elige hacerse hombre, asumiendo por entero su fragilidad, su debilidad y su humillación.
Estamos llamados a reconocer la «Carne de Cristo», el Sacramento vivo de su Presencia, en los pobres y en los que sufren, para prestarles nuestra voz; como también para ofrecerles nuestra amistad, nuestra escucha y nuestra comprensión. En ellos acogemos la Palabra de Dios hecha carne. Que el misterio de la Santa Navidad sea para todos nosotros una luz de esperanza en este momento histórico tan desconcertante como inquietante.
A todos vosotros, así como a cada comunidad religiosa y fraternidad laical, os trasmito mis mejores deseos de alegría y paz con ocasión de la solemnidad de nuestro Fundador y de las próximas fiestas navideñas. ¡Os tendré presente en mi oración y os hago llegar mi bendición!
Roma, 4 de diciembre de 2022
II Domingo de Adviento
Fr. Luigi Buccarello O. SS. T.
Ministro General